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domingo, 24 de octubre de 2010

Más monstruXs en Buenos Aires. Luisa Valenzuela: “La viajera impenitente”

Debo hacer una confesión en primerísima persona.  Empecé a ensuciar la página de word2000, sin título, sin número al pie derecho ni aún encabezado. Documento1. No obstante,  no conquistaba la comparación absoluta del “como siempre”. Siempre es tan rotundo y débil.  Era lo más parecido a la nada, me refiero a esta mañana de sonido flamenco y coches más que esporádicos.  La leche me cortó el café cargado traspasado del pico de la Volturno. El negro express ya habría navegado e, incluso, situado en forma de río centroitaliano, vertiendo sus aguas en el espacio de las hornallas de la vieja LaCaBosch.  Bien apenina era la forma de mi todo horno porno.  Un reggae ganó el lugar de la elección que apliqué sobre el banco de música online. Unos locos ya desaparecidos como grupo, pareja de voces torcidas-entrelazadas y una sola viola con cuerdas. Alguien puede decir, “básico”, pero no. Para nada, 5´Nizza aparecidos en complot turco-ruso  ahora suenan eternos y engloban la madera de mi caja grave de altoparlante.  Incluso, hasta la monstruosidad de las voces de los agujeritos del panel tomaban la forma de trompetitas con castañuelas, no era metamorfosis sino transformación y punto. ¿Cómo era posible semejante magnitud espacial?  Yo me voy. Por momentos, vieja Andalucía, el Tajo de Toledo, el río de Santo Amaro. Delirios de carnaval. La desembocadura era la ondulación.  Por eso coqueteo con la tozudez y la excentricidad del MedioOriente. Eso es erotismo para mí. Y sí, se trata de saltar el primer techo de frontera creada, imaginada, curioseada y después escrita. Mientras tanto, escribir.  No puede adjudicarse un color a la línea de los pixeles, tal vez una suerte de resaltado. La materia es otra cosa.  La materia es pensamiento. Es un límite transplástico o transplantado para las viejas voces. Porque es sonido con símbolos en el aire de mi ambiente.  La cuestión central (de este párrafo) es que estos dos anormales ruso-turcos dicen de todo cuando lanzan pedazos de cuerpos, palabras del pseudogrito pulmonar. Céntrico y nuclear físico, expanden estos dos sujetos conjurados, al mejor estilo.  
Recordé aquel compañero de seminario de “Teoría literaria y Ciencia”, dictado por Miguel Vitagliano el primer cuatrimestre de 2010, dentro del empapelado infierno de los demonios de Miguel Cané de FFyL de la UBA.  En mutación (gen)éticamente. Nosotros y nosotras.  ¿Nosotrxs? Eso parece.  Los monstruos continúan bizarrando y los interesados, como este “compi de seminario” (qué infantil la frase hispánica), como yo, sumergidos como buzos primero en wikipedia y después quién sabe.  Hay que aggiornarse, evidentemente, al mismo tiempo de tener cuidado.  Por mi parte teclée en la enciclopedia virtual: “Luisa Valenzuela”.  Ente-r.
Dice de todo. Texto largo. Es bella.  Leo una lista de premios y becas.  Novelas, cuentos y relatos. Uy, también encuentro ensayos. Joder, la tía está traducida al inglés, al alemán, al exyugoslavo, al portugués, al sueco. Me asombro.  Pienso en lo mucho que habrá discutido. Pienso en lo mucho que habrá de haber hecho discutir a otros. Pienso en lo mucho que estuvo sentada buscando. ¿Sentada?  Publicada en cubano, en feminismo, en feminaria, en algo propio, en corregidor. 
En ella, el lugar de la familia cobra la forma de disparos o acciones de carga, juegos artificiales.  Inmoderación.  Claro, todo me cerraba. Maquinó en El Hogar y en Atlántida.  “Es una viajera impenitente”.  Al venirme el subidón del periodismo y de las revistas de mis abuelos, establecí una divagación complicada: tengo que recuperar los ejemplares de Crisis y denominar la facticidad secreta en “Operación Luisa Valenzuela en Crisis”.  Crisis, revista de cultura que me robaron disimuladamente en la anteúltima mudanza mis amigos.  Otro alguien podría sentirse aliviado cuando otro alguno le sustrajera la crisis. Yo era al revés. M y MG eran excepcionales también.  Los espías de mi propio círculo de amigos habían retirado los ejemplares de los años setenta para depositarlos en un lugar propio (de ellos, de sí mismos ahora en los años dos mil), mientras subíamos las cosas al camión, todos ellos contenidos en caja de supermercado chino.  Rozaba lo perverso porque una noche, después de una cena de canelones, me instigaron a buscar unos apuntes en la madriguera, los vi dentro de su placard o placar, entre otros papeles.  Hojas y hojas en las tenebrosas paredes de la madera gruesa.   Como ya escribí en otras páginas el operativo “armario” instruye desarticular el arma medieval llamado armario, obviamente.  Desatornillar los bastidores romanos. Se entiende, esto no es salir del armario.  Es mucho más, es abisagrar las propias tablas, ensamblarlo en ángulos ni laterales, ni verticales ni aún oblicuos.  Es entrar al armario, revolverlo bien, desordenarlo. El tema es, ¿de qué modo consigo la llave de la puerta del viejo edificio de la calle Moreno y, luego, la de entrada, sin timbre, envenenar por un rato a Federico para que no moleste con su barba alemana y su aliento de perro urbano.  Por no hablar de sus flatulencias tan esporádicas como hediondas. En fin, y ¿acaso para la puerta principal yo debería de tener algún tipo de caja metálica? ¿Qué haría? Necesitaba considerar, además, una pieza de metal con un tipo de diente modélico. La introduciría ese día de rapto así. 1) Tomar la cabeza del instrumento, observando sus definidos surcos. 2) Insertar para arriba o para abajo, depende. 3) Descartar el uso de otro tipo de aparatejos electrónicos contraproducentes o tóxicos.  4)  Llevar una lima excepcional en el caso de tener que lijar el tubo redondo de la llave maestra.  Una lima, difícil.  
Yo tenía la certeza de que con la información procesada yo estaba preparada y lista para entrar a la acción del ingreso al contra-placard. De última, una buena patada. Y si me alejaba del erotismo era porque había veces en que la forma de aquel placer se inyecta de otra cosa no tan convencional.  Una buena patada y listo. Así llegaría a meterme a los empujones limpios, mis hombros dentro, agachada, pero adentro, en el dispositivo Aquí pasan cosas raras dentro del operativo mencionado.  Todo esto no tenía límites, como antes.  Buscar para escribir.  Escribir para buscar.  Escribir no para contar.  Me preguntaba, ¿habrá conocido a Agnes Vardá, ella la Luisa de la Nouvelle Vague? Valen-zuela entre las escobas de la directora francesa, de la fotógrafa con vidrios en la arena.  ¿Cómo una feminista terminaba en hada? Dejaba de ser una especie de silencio respetuoso para mí.  La patada es emoción, es un algo que no puedes controlar. ¡Cuánta provocación! Y como la realidad  aportaba poco, también a mí, yo no sabía nada de la vida, debía patear. Por eso quería buscar como ella y valga todo este día de curiosidad como agradecimiento.  Y muchas gracias, especialmente, por el oriente, el occidente, la pesadilla, los dobles, los monstruos de papel en la narración de todos los anormales de mi día alejado del “como siempre”.

Luisa Valenzuela cerró las “IV Jornadas de Reflexión Monstruos y Monstruosidades”, en el marco de las monstruosidades discutidas el 21, 22 y 23 de octubre de 2010 en el Museo Roca de Buenos Aires, organizadas por el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la UBA, Facultad de Filosofía y Letras.

*Imagen de la pintura de Remedios Varo “La creación de los pájaros”,  extraída de la página: http://www.filmica.com/jacintaescudos/archivos/007678.html

1 comentario:

  1. Por cierto, agradecimientos al IIEG por la bebida, la pizza y el interés por el diálogo, los que superaron, ampliamente, el concepto de la cortesía.

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